“Vivimos tiempos líquidos, nada es permanente; todo cambia antes de que logremos acostumbrarnos.”
— Zygmunt Bauman
La llaman “la crisis de los 40” como si fuera un anuncio de decadencia, pero no lo es, es una pausa que invita a mirar hacia dentro, a reconocer lo vivido y lo que aún está por construir, la edad en que el cuerpo habla con franqueza y la mente pide silencio, el momento en que los sueños se ajustan a la realidad y la vida exige equilibrio entre lo que se tiene y lo que ya no se busca.
Esta década llega con un cansancio que no solo es físico sino también emocional, y en Tamaulipas las cifras muestran cómo la vida laboral se bifurca entre las exigencias del mercado y los límites del cuerpo, apenas el 47 % de las mujeres mayores de quince años forma parte de la economía frente a un 75 % de los hombres, una brecha que revela la persistencia de los roles de cuidado, la desigualdad salarial y la fragilidad del empleo femenino.
Casi la mitad de las trabajadoras está en la informalidad sin seguridad social ni prestaciones, y más del 35 % labora en condiciones críticas de ocupación con bajos ingresos o jornadas excesivas, mientras que en los hombres la presión adopta otra forma, 10.5 % está subocupado con necesidad y disposición de trabajar más horas sin conseguirlo, a los cuarenta la competencia se vuelve desigual, ellas cargan la doble jornada, ellos la responsabilidad del sustento y ambos enfrentan el mismo agotamiento.
La vida familiar también alcanza su punto de inflexión, la edad promedio al divorcio en México es de 41 años en mujeres y 43 en hombres, justo en el corazón de esta década cuando los proyectos personales y familiares se enfrentan a su primera gran evaluación, Tamaulipas figura entre los estados con mayor intensidad de separaciones con 3.3 divorcios por cada mil adultos y 66 por cada cien matrimonios, no es solo una estadística sino el retrato de una generación que intenta conciliar el amor, la libertad y la identidad personal mientras el tiempo avanza más rápido que las certezas.
El cuerpo también se vuelve escenario de cambio, la ENSANUT señala que casi la mitad de las mujeres entre treinta y cincuenta y nueve años vive con obesidad y que en los hombres el incremento se acelera después de los cuarenta, reflejo del estrés acumulado, del sedentarismo forzado y del autocuidado postergado, el metabolismo se desacelera, el sueño se interrumpe y el cansancio se normaliza como si el bienestar fuera un lujo reservado para después, el cuerpo deja de ser solo físico y se convierte en memoria del ritmo social, en evidencia del desgaste y de las pausas que la vida moderna no permite.
La salud mental se ha vuelto la frontera más silenciosa, en Tamaulipas las tasas de suicidio muestran un repunte en los grupos de cuarenta a cuarenta y nueve años tanto en hombres como en mujeres, detrás de los números hay vidas marcadas por el estrés, la ansiedad y el aislamiento, la Secretaría de Salud estatal advierte que los trastornos depresivos y de ansiedad se concentran en edades productivas justo cuando las responsabilidades son más altas y el acompañamiento más escaso, a los cuarenta la mente pide el mismo cuidado que el cuerpo pero la sociedad no siempre escucha ni sabe cómo detenerse ante el cansancio que se acumula.
En Ciudad Victoria esta realidad se respira sin nombre, las jornadas largas, la precariedad y el aislamiento emocional se mezclan con la rutina de quienes sostienen hogares y trabajos sin espacio para el descanso, faltan políticas públicas que comprendan esta transición vital y programas de bienestar que no sean privilegio sino derechos, detrás de cada mujer y hombre de cuarenta hay una biografía que sigue buscando sentido entre la rutina, la culpa y el deseo de no dejar de ser.
Los cuarenta no deberían verse como un cierre sino como una etapa de conciencia, un momento para soltar la culpa, replantear las metas y reconciliarse con la propia historia, es tiempo de exigir políticas que abracen la salud emocional, el empleo digno y el derecho al equilibrio, los cuarenta no son una crisis sino un espejo de lo que somos como sociedad, una oportunidad de madurez que se conquista al ritmo del cambio, una invitación a elegir, a cuidar y a empezar de nuevo.
EN PÚBLICO / NORA MARIANELA GARCÍA RODRÍGUEZ