El aire huele a tierra y a pétalos dorados. El sol se posa suave sobre un mar naranja que parece encenderse con cada rayo, mientras el viento mece las flores como si susurrara historias antiguas. No es una escena de película, aunque bien podría serlo: en Ciudad Victoria, el primer campo de cempasúchil de Tamaulipas floreció este año como un milagro lleno de color, esperanza y tradición.
En el ejido La Libertad, a unos pasos del camino a Los Troncones, una hectárea entera se ha transformado en un tapiz de tonos que van del naranja al rojo, del morado al blanco. Allí, entre surcos perfumados, Francisco Javier Estrada Ruiz —un agricultor que lleva más de 30 años sembrando flores— observa con orgullo el resultado de su esfuerzo. “Ya me iba a rendir, no teníamos agua ni en el canal, pero Diosito mandó la lluvia justo a tiempo. La flor se vino preciosa, más viva que nunca”, cuenta con la mirada brillando tanto como los pétalos que lo rodean.
Este año, las lluvias fueron generosas, y con ellas renació la esperanza. Lo que parecía un ciclo perdido por la sequía se convirtió en la mejor cosecha de la última década. Cientos de cempasúchiles, manos de león, pomitos morados y blancos brotaron fuertes, como si la tierra entera se hubiera vestido para celebrar a los que ya partieron.
Francisco no trabaja solo: junto a él, cinco familias del ejido siembran, trasplantan y cuidan cada flor con esmero durante cien días. De sus manos nacen los colores que adornarán los altares de Día de Muertos en escuelas, florerías y hogares de Ciudad Victoria, Padilla, San Carlos, Tula y Reynosa. “Aquí la gente se lleva su flor recién cortada. No hay lujo, pero sí corazón. Y eso se nota”, dice mientras acomoda manojos que, por 200 pesos, se convierten en ofrendas de amor y recuerdo.
El lugar se ha vuelto un imán para fotógrafos y curiosos. Desde temprano, llegan con cámaras y vestidos coloridos, buscando el encuadre perfecto entre los surcos naranjas. El campo parece un escenario salido de Coco, donde el alma mexicana vibra en cada flor. “Aquí todos son bienvenidos, pero con cuidado; cada flor es fruto de muchos días bajo el sol.”
El cempasúchil, la flor de los muertos, aquí florece como símbolo de vida. Cada pétalo encendido es una chispa de memoria, un recordatorio de que las tradiciones no mueren si alguien las siembra con amor. En La Libertad, la tierra canta con colores, las manos trabajan con fe y el alma del pueblo victorense florece más brillante que nunca.
Este año, Tamaulipas tiene su campo de cempasúchil, y con él, una nueva forma de mirar el Día de Muertos: no solo como un tributo, sino como una celebración viva del reencuentro, del perfume de la nostalgia y de la magia que brota cuando el cielo, la lluvia y el corazón se ponen de acuerdo.
Por Raúl López García






