Opinión

La guerra interior

Aunque el tránsito legal hacia la figura de partido político ya concluyó y muchos de los protagonistas del arribo al poder del lobrazobradorismo ya están fuera, convertidos en la oposición más irreductible, Morena enfrenta aún una situación compleja: la proyección de unidad contrasta con un territorio cruzado por facciones que disputan posiciones, candidaturas y control territorial y económico.

En el estado conviven tres capas del morenismo: los fundadores que llegaron con la ola de 2018, los cuadros reciclados del PRI y PAN que migraron cuando cambió el viento, y las generaciones 2023 y 2024 que se incorporaron con más pragmatismo que convicción, todos peleando por la marca 4T.

Reynosa es el ejemplo más visible. José Ramón Gómez Leal se dice dueño de una estructura y alega su presencia temprana en el obradorismo, mientras el alcalde Carlos Peña Ortiz y su madre ejercen un poder territorial propio y ambos grupos circulan entre pleitos y alianzas, ahora alineados por el propósito de ampliar sus dominios en las elecciones de alcaldes, diputados y hasta el ejecutivo estatal en el 2028.

Matamoros exhibe la movilidad interna de la coalición. Mario López fue dos veces alcalde por Morena y ahora es diputado federal por el Verde, una muestra de cómo los liderazgos locales pueden cambiar de siglas sin romper con la 4T, pero dejando tensiones que siguen vivas en el partido.

En el mismo municipio se ha empoderado ahora un grupo polémico y cuestionado, vinculado con organizaciones que van más allá del campo de lo lícito. El alcalde Beto Granados parece ser una figura de relumbrón que responde a intereses poderosos que han dominado durante décadas la escena local.

En Nuevo Laredo, el retorno de Carlos Canturosas a Morena como diputado federal reconfiguró la frontera. Su capital político no nació dentro del partido, pero hoy pesa más que estructuras menores que buscan influencia desde otros espacios de poder, pero que no han logrado la fuerza territorial que define una elección.

En el sur, Ciudad Madero se convirtió en zona estratégica. Adrián Oseguera construyó una gestión sólida como alcalde morenista, mientras Erasmo González pasó del Congreso a la alcaldía bajo la bandera de la 4T; su competencia interna refleja la lucha por el liderazgo regional dentro del partido.

Altamira confirma que también existen guerras menores que pesan. Marcelo Abundiz y operadores locales disputan el control de las asambleas, mientras se acumulan reclamos por intromisiones y listas infladas de aspirantes que solo exhiben la falta de reglas internas claras.

El discurso de unidad se sostiene en público, pero el mapa interno muestra algo distinto: Morena dejó de ser una causa homogénea para convertirse en un partido con tensiones reales, con grupos que buscan interlocución directa con la presidenta y lectura favorable del gobernador.

El mayor riesgo para Morena en Tamaulipas no es la oposición, es la incapacidad de reconocer que la fuerza electoral no basta para mantener cohesión. Lo cierto es que las fracturas internas pueden erosionar más que cualquier adversario externo, que casi se ha desdibujado, salvo la beligerancia permanente del ex gobernador Francisco García Cabeza de Vaca.

Tal vez pequemos de pragmatismo, pero la emigración del movimiento hacia una fuerza política que trace el futuro sólo será posible con el uso de las herramientas de poder que tienen ahora mismo los liderazgos institucionales locales y federales, y vaya que es una tarea ardua y compleja porque los intereses de las fuerzas centrífugas están demasiado arraigados y en plan de no ceder los espacios ya conquistados.

CAFÉ EXPRESO / PEDRO ALFONSO GARCÍA